El Demonio “Otro” dentro de la sociedad, representación a través del arte.
Al hablar sobre el origen del demonio, tenemos que
tener en cuenta que no podemos tomarlo de ninguna forma que nos haga participes
ya sea en una religión o sectas, sino que únicamente tenemos que ver como se
concibió en la mente de los seres
humanos y a la vez trasciende a la
realidad y toma la forma de un ser que
causa daño simplemente el ser humano trata de culpabilizar a alguien o algo de
actos que desde su moral están mal.
Por lo que el demonio, carece de todo tipo de
sensibilidad, afecto, culpa, cariño, solidaridad, de amor y de paz, llegando a
tener como principales virtudes: la ambición de poder, control y arrogancia; Para
ello utiliza el dolor, la aflicción, la tristeza, angustia, desesperación y de todo aquello que es
mortificante, humillante.
Se siente complacido en aquello que es contrario al
orden natural de las cosas, pervirtiéndose en una lujuria excesiva que corrompe
la conciencia, la dignidad, el cuerpo, el honor, sustentándose entonces en el
espíritu enajenado de una corrupción perjudicial buscando la destrucción del
otro.
Su
representaciones iconográficas dependerán de la concepción de cada cultura,
tribu, individuo, la variedad de metamorfosis que presenta la imagen demoníaca
es una manifestación más de la propia naturaleza del mal, los rasgos más
frecuentes que tienen son: alas,
cuernos, zarpas, pezuñas, garras, cola, tridente, su rostro de poco agraciado
que remarcan su carácter animalesco.
Las representaciones de los demonios
corresponden a adaptaciones de los miedos y ansiedades. El “otro” en el visón Europea
suponía un miedo a todo aquello que pertenecía a un mundo cultural distinto al
propio, donde lo lejano, lo diferente, lo desconocido y lo monstruoso definían
al sujeto que encarnaba la otredad
De la misma forma en que el Demonio
desempeñaba el papel de la “alteridad divina”, los sujetos “Otros”, realizaban
el mismo rol pero en el mundo terrenal; de allí la asociación entre el uno y
los “Otros”. En un principio, Europa había identificado al Demonio con los
sujetos marginales de su contexto medieval (judíos, musulmanes y gitanos), una
lógica de identificación que fue traspasada a territorios americanos —pero
adaptada al contexto específico colonial— donde se identificó con el Demonio
con aquellos grupos sociales que constituían una amenaza por la posible
transmisión de la idolatría y prácticas paganas, lo que afectaría la consolidación
de las costumbres españolas- católicas. El demonio americano como herencia medieval es muy importante.
La imagen del diablo bajo forma antropomorfa
predominará hasta el siglo XI, aunque tras el año mil adquirirá determinados
rasgos, como la desnudez o la oscuridad de su piel, que servirán para remarcar
su carácter imperfecto. En el siglo XI se culmina un proceso, iniciado en el
siglo IX, en el que la representación del diablo se concibe a partir de una
forma humana distorsionada asociada con la deformidad y la bestialidad.
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